Inocencia Interrumpida


«A los doce años me arrebataron la niñez y tuve que aprender a sobrevivir en las calles de Lima»


‘Sarita’ acaba de cumplir 19 y desde hace siete años espera a sus clientes en la segunda cuadra del jirón Huancavelica del Centro de Lima.

Mi vida cambio por completo a los doce años, cuando mi padre aprovechando la ausencia de mi madre, que había ido a trabajar, abusó sexualmente de mi. Los momentos de esa escalofriante tarde prefiero no recordarlos, solo te puedo decir que cuando mi madre llegó a casa yo estaba encerrada en el baño tratando de comprender que había ocurrido conmigo, y mi papá estaba en la sala emborrachándose como siempre. No sé bien que pasó cuando ella ingreso a la casa con mi hermanito pero escuche sus gritos y el llanto del pequeño, y a mi padre decir “me largo” tirando la puerta. Entonces decidí salir de mi encierro para ver a mi hermanito y a mi mamá, ella estaba llorando porque el cobarde de mi papá la había golpeado por llegar tarde a la casa. Yo no sabía si contarle lo que me había pasado, tenía miedo, pero después de unas horas no soporte más la angustia y se lo conté todo, lloramos juntas y luego, aunque no lo crean, me pidió que me fuera de la casa. Tal vez ella pensó que era lo mejor para mí, lo que sé es que me creyó. Al menos ya no la culpo por esa decisión, creo que ese fue su modo de apoyarme.


Antes de que mi agresor regresara, cogí mis cosas y fui a la casa de una amiga del colegio, su mamá y mi madre eran amigas porque ambas trabajaban juntas lavando ropa para la calle. Madre e hija me dijeron que no podía quedarme ahí pues mi papá tenía fama de ser violento y temían por lo que pudiera hacer pero me ayudaron llevándome a la posta del barrio, me dieron de comer y me regalaron S/.20 para lo que necesitara.


La primera noche en la calle no fue tan espantosa como pensaba, nadie se acerco a fastidiarme y dormí debajo de la banca de un parque. Así, tranquila, pase una semana hasta que se me acabó la plata. Después de cinco días sin comer y de dar vueltas por las plazas del Centro de Lima, se me acerco ‘Luchito’, un pirañita que me había estado observando mendigar comida, me preguntó si quería unirme a su grupo y, yo le dije que me los presentara primero. Lo acompañe a una casona abandonada, habían dos chicos durmiendo sobre periódicos y los demás estaban comiendo pan en una esquina de la casona tapados con frazadas viejas y rotas.

El grupo estaba compuesto por tres mujeres y ocho hombres, me cayeron en gracia, lo compartían todo excepto las historias de sus vidas. Viví con ellos como tres meses hasta que en una batida atraparon a seis de nosotros, me dio miedo la policía, pero logre huir. Cuando regrese a la casona ‘El Juani’, el mayor del grupo, había golpeado a ‘Luchito’ porque decía que era su culpa que hayan agarrado a los demás, también le corto la cara y como yo fui a defenderlo me boto del grupo.


Para ese entonces ya había conocido a ‘Rubí’, una prostituta, ella a veces me invitaba galletas cuando nos encontrábamos en las panaderías del Centro. Al día siguiente del pleito de ‘Luchito’ y ‘Juani’, la encontré en una tienda tomando cerveza, le dije que no tenía donde dormir y que me había peleado con los del grupo. Me dijo que podía quedarme con ella, fuimos a su cuarto y durante 15 días compartió conmigo su comida y techo, pasados esos días me propuso trabajar con ella pues no me iba mantener toda la vida. A la mañana siguiente de esa conversación la acompañe, a la que ahora es mi esquina de trabajo, ahí me presento a uno de sus clientes, accedí a ir con él a un hostal. Yo pensaba que iba a tener miedo de estar con él, pero no lo tuve, quizás porque su trato no fue brusco, en fin, no lo sé.


Así me inicie en éste mundo y no me da vergüenza decir que soy prostituta, aunque pronto dejaré este oficio porque estoy estudiando cosmetología para salirme cuanto antes de esta vida y llevarme a ‘Rubí’ conmigo, mi única amiga.

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